De Arquitectura y Paisaje

Andrés Pérez Rodríguez

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La relación del arquitecto con el paisaje no es fácil, no fluye de manera natural, y nos gusta utilizar estos términos que ilustran de manera verbal lo paradójico de esta relación ¿Por qué? Hemos solicitado la opinión del arquitecto Andrés Pérez, que fue redactor de Tectónica hace un tiempo y ahora trabaja como Landscape Architect en Estados Unidos, para intentar acercar mundos que consideramos deberían dialogar con generosidad a favor de los ciudadanos que van a disfrutar del entorno natural 'construido'.

«Los médicos tapan sus errores con tierra, los abogados con papeles y los arquitectos aconsejan poner plantas»

Me acaba de venir a la cabeza esta frase que oí muchas veces durante la carrera, pero que nunca supe de quién era. Al parecer, la perpetró Frank Lloyd Wright.

Hace unas semanas Berta me contactó para ver si quería escribir un artículo para Tectónica, ¡como en los viejos tiempos! –trabajé en Tectónica entre 2009 y 2014– y de entrada me hizo muchísima ilusión. Pero al cabo de un rato pensé: ¿Sobre qué voy a escribir yo en Tectónica? ¡Si ya casi ni soy arquitecto! Hace ya más de diez años que acabé la carrera; hablar de diseñar o incluso construir un edificio parece un sueño extraño. Así que decidí escribir sobre no ser arquitecto. O al menos no el tipo de arquitecto que me contaron.

Empecé la carrera en 2001, cuando la profesión tenía casi cero paro –y una vergonzosa y tolerada precariedad laboral, todo sea dicho– y la terminé en 2009, en plena explosión de la burbuja inmobiliaria, con casi cero ofertas de empleo y un recién creado Sindicato de Arquitectos. ¿Quién nos lo iba a decir en primero de carrera lo que había al final del camino, después de esos días y noches interminables de entrega? De esto saben bastante mis compañeros y compañeras de promoción, la mayoría emigrados o reinventados.

Escogí Arquitectura no sé si por vocación, yo diría que más bien por negociación: durante mi niñez fui acumulando épocas de obsesión sobre diferentes temas que al cabo de un tiempo se me pasaban, pero que iban dejando un poso. Para cuando me tocó elegir carrera, quería encontrar algo que tuviera un poco de todo aquello: estaban el arte, la historia, construir cosas, la naturaleza, el diseño… y creí que los más cercano al centro de aquel poliedro era Arquitectura.

Luego llega la realidad, las interminables y masoquistas horas preparando entregas –en retrospectiva absolutamente innecesarias– y sobre todo la falta de perspectiva sobre todas las opciones laborales que la carrera ofrece, que son muchas. De una manera sutil, se da casi por hecho que el objetivo de lo que estudias es acabar trabajando en el estudio de arquitectura de alguien y, tal vez algún día, fundar el tuyo propio. El peso de la asignatura de Proyectos –y el perfil de la gente que la imparte– hacen de la carrera un lugar difícil para el que no encaja en este modelo.

La recuperación del Vertedero del Garraf, de la arquitecta del paisaje Teresa Galí-Izard, en colaboración con el estudio de Battle i Roig, ha sido una de las obras señeras de la sensibilidad paisajística en España. Foto: Jordi Surroca.

Creo que fue a mitad de carrera cuando me di cuenta de que de entre todo lo que me interesaba, el trabajar con la naturaleza y con lo vivo tenía más peso de lo que creía, y empecé a dirigir mi carrera en esa dirección. Primero, con las asignaturas optativas dedicadas al Paisaje que se ofrecían, pero luego, durante la Erasmus, pude ver lo que se hacía en otros sitios y cursar asignaturas de Arquitectura del Paisaje –por entonces aún no existían títulos de Grado oficiales en esta materia en España– y me di cuenta de que ese era el verdadero centro geométrico de mis inquietudes. Pero ¿Cómo estudias una carrera que no hay? ¿Cómo caminas por un camino que aparentemente no existe, ejerces un trabajo que no está reconocido y del que nadie te cuenta nada y del que la mayoría de la gente no ha oído hablar nunca? Y sobre todo, ¿quién diseña los parques y plazas en España? Sobre esto último me fui enterando después.

Durante los primeros años después de acabar la carrera compaginé mi trabajo en Tectónica, escribiendo artículos sobre productos y materiales de construcción –me encantaba tener un trabajo que me obligaba a estar al día–, con cursos y pequeños trabajos relacionados con la Arquitectura del Paisaje –término controvertido– hasta que terminé apuntándome al máster oficial en Jardinería y Paisajismo, impartido por la escuela de Ingeniería Agronómica de la UPM.

En el proyecto de Madrid Río, el estudio de paisajismo holandés West 8 se asoció con arquitectos locales para, a través del modelado del terreno, y con ayuda de la vegetación, hacer olvidar que uno se encuentra sobre una gran losa de hormigón. La exitosa manera con la que conecta diferentes espacios antes segregados contribuyó a que sea uno de los parques más frecuentados de la capital. Foto: Burgos & Garrido; Porras La Casta; Rubio & A-Sala; West 8.

La experiencia en el máster fue muy enriquecedora, con la mitad de los estudiantes procedentes de agronomía o carreras afines, la otra mitad de arquitectura y una pequeña proporción de otros campos. Todos aprendimos mucho unos de otros, pero me sorprendieron las diferencias en la manera de abordar los proyectos de cada grupo, que no acabaron de pulirse al terminar el curso. El resultado, de alguna manera, reflejaba la diferencia de espíritu entre los parques municipales y las plazas de muchos pueblos y ciudades. Los primeros, casi siempre diseñados por ingenieros/as municipales agrónomos o agrícolas, funcionales y muy centrados en “lo verde” pero faltos de visión e innovación en su diseño o en cómo el espacio público se adaptará a las nuevas necesidades sociales. Las segundas, diseñadas a menudo por arquitectos/as, rompedoras, fotogénicas, premiadas en bienales internacionales, pero que más a menudo que no, son duras –en su forma y materialidad–, con una visión ingenua de las plantas y la ecología, y con una total falta de sensibilidad sobre la influencia que el tiempo (atmosférico y cronológico) ejerce sobre este tipo de espacios.

Además de jardines y parques, los arquitectos del paisaje diseñan paisajes urbanos. Paseo de Sant Joan en Barcelona, proyecto de la arquitecta Lola Domènech en colaboración con Teresa Galí-Izard, ingeniera agrónoma. Foto: Adrià Goula.

Esto no quiere decir que no haya en España proyectos y profesionales excelentes –de formación académica o profesional– en el campo de la Arquitectura del Paisaje, es decir, en la combinación de todos los factores anteriores, aunque son pocos y su contribución hasta hace poco escasamente reconocida. Por mencionar algunos ejemplos de grandes proyectos liderados por arquitectos del paisaje en España, están Madrid Río (West 8) y el Parque Central de Valencia (Gustafson Porter + Bowman). Obra de arquitectos del paisaje españoles, por ejemplo, me llamó mucho la atención en su momento el diseño del viario urbano en el PAU de Valdebebas, también en Madrid, del estudio de Susana Canogar o las diferentes colaboraciones de Teresa Galí-Izard con estudios de arquitectura.   

En el diseño de la red de espacios públicos de la urbanización del PAU de Valdebebas, el equipo de profesionales liderados por la paisajista Susana Canogar, y en colaboración con el estudio Herbanova empleó -para aquel entonces- novedosas paletas de plantas adaptadas a la sequía y de bajo mantenimiento y sistemas de riego eficientes que marcaron un antes y un después en la jardinería municipal madrileña.

Pero, ¿qué es la Arquitectura del Paisaje? No voy a entrar aquí a disertar sobre esta cuestión, que es casi tan vieja como la profesión misma y que, al igual que la Arquitectura, se enfrenta a ella periódicamente. Para simplificar, a mí me gusta una definición que oí a alguien hace tiempo –no recuerdo a quién– que dice que es “la arquitectura de los sitios sobre los que llueve”. Además de la escala, en opinión de muchos, es la exposición a los agentes atmosféricos y la evolución a lo largo del tiempo –en el caso de lo vegetal– lo que determina la principal diferencia filosófica con la Arquitectura, su dinamicidad.

El propio término “Arquitectura del Paisaje” es controvertido y en España, a diferencia de otros países, no se puede usar por el celo con el que el CSCAE protege el término “arquitecto”, dejando sólo espacio para el término Paisajismo –aunque se hayan colado los informáticos por la retaguardia–. Esto no es así en otros países de Europa donde, a menudo, ambos comparten colegio profesional. Por este motivo, y por agrupar a profesionales de formación y experiencia profesional muy diversa, lo más cercano al colegio de Arquitectos en España es la Asociación Española de Paisajistas.

Landscape Architect en California

Después de un tiempo tanteando oportunidades en este sector en España, tuve la fortuna de poder de probar suerte al otro lado del charco, en California. No fue todo fácil al principio. ¿Un arquitecto que quiere ser arquitecto del paisaje? Entre el tiempo que tarda en llegar la autorización de trabajo, que mi experiencia en el sector era escasa, mi formación difícil de explicar, mi edad algo más avanzada que la que se espera para alguien que empieza y que aquí las contrataciones se tienden a hacer con mucha antelación, al final me llevó algo más de seis meses arrancar. Pero la espera valió la pena.

En Estados Unidos, la Arquitectura del Paisaje es una profesión con tradición –se considera a Olmsted, el creador del Central Park, como su iniciador– y reconocida a todos los niveles, con sus propias asociaciones profesionales. Es raro el proyecto de cualquier tipo que no cuenta con un paisajista. Y aquí empleo el término “paisajista” con intención. El Landscape Designer, con una formación menos reglada (más parecido al concepto de paisajista en España), está limitado a proyectos de viviendas unifamiliares, mientras que el Landscape Architect, profesión protegida por una formación reglada (similar a la de arquitectura) y un examen de habilitación, está legalmente capacitado para trabajar en proyectos de mayor envergadura y con responsabilidad civil.

La práctica no es siempre un camino de rosas y en un país en el que la vivienda unifamiliar es predominante, a menudo se confunde arquitectura del paisaje con la jardinería y la horticultura, cuyos equivalentes en arquitectura serían tal vez la construcción y la ciencia de materiales.

La Playa” en la zona de acceso público de la nueva sede de Expedia en Seattle, EE.UU. A propuesta del equipo de paisajistas (Surfacedesign), la empresa cedió parte de su campus para la mejora del paseo marítimo de la ciudad. Foto: Marion Brenner.

Hay muchos memes haciendo chistes sobre el tema, y la cita que abre este artículo refleja aún la mentalidad de muchos acerca de la arquitectura del paisaje –reducida a landscaping–, pero la realidad es que, al final, en Estados Unidos la profesión está bien reconocida y considerada, e incluso se exige que estudios del sector formen parte de equipos multidisciplinares en intervenciones a escala urbana y territorial, frecuentemente liderándolos, tanto en proyectos públicos como privados.

Tengo la suerte de trabajar para un estudio –Surfacedesign– que ha crecido muy rápido, –éramos unos 12 cuando empecé y ya somos más de 30–, lo que ha favorecido que todos hayamos tenido que hacer un poco de todo y que hayamos participado en proyectos de toda índole, desde planes directores para los terrenos del aeropuerto de Auckland a viviendas unifamiliares, pasando por parques urbanos, campus para empresas tecnológicas o centros educativos.

En mi experiencia, en la mayoría de los proyectos, el arquitecto o arquitecta del paisaje trabaja como parte de un equipo multidisciplinar en el que habitualmente se involucra a arquitectura, ingeniería de estructuras e ingeniería civil, esta última compartiendo las competencias de diseño con arquitectura del paisaje en “los espacios sobre los que llueve”.

El/la arquitecto/a del paisaje normalmente participa en el proyecto desde el principio, asesorando en la posición de los edificios en el terreno para optimizar su integración en el entorno o para sacar provecho a determinadas dinámicas del paisaje (el drenaje, la conservación de vistas, el movimiento de tierras y modelado del terreno, la protección de suelos o espacios de valor ambiental, etc). Más adelante, en conversación directa con el cliente final o subcontratado por el arquitecto, y en coordinación con ingeniería civil, lidera todo lo relativo al diseño del espacio exterior. Lo que más me ha sorprendido aquí es el respeto que se tiene a las competencias de otros profesionales y es rara la vez que el arquitecto o arquitecta impone directrices del diseño sobre el arquitecto/a del paisaje; es más, se valora mucho la aportación de este último en la integración final del edificio, su raigambre en el entorno y se aprecia el valor cualitativo y cuantitativo que un profesional más especializado en la materia aporta al resultado final.

Un futuro prometedor en España

Aunque con años de retraso con otros países del norte de Europa, e incluso del sur –Portugal tiene ya una larga tradición–, en España la profesión se torna prometedora, con recientes promociones de graduados en Paisajismo que combinan conocimientos de diseño y construcción, pero que también están acostumbrados a tratar con material vivo y que no se asustan a la hora de modelar el terreno, hacer un estudio de visuales o coordinar el tratamiento de aguas de escorrentía.

Tal vez sea esta nueva generación la que consiga 'tapar' los errores –a menudo horrores– de los desarrollos urbanísticos de la 'burbuja inmobiliaria', o que al menos puedan establecer mejores criterios para el futuro. En este sentido, el hecho de que concursos como el Bosque Metropolitano de Madrid reconozcan el papel de los/as arquitectos/as del paisaje –aquí denominados paisajistas– al mismo nivel que arquitectos e ingenieras, es un gran paso adelante.

Sin embargo, queda aún un largo camino por recorrer en el pleno desarrollo de la profesión. En mi opinión, por un lado, el Estado debe reconocer el papel de los paisajistas y arquitectos del paisaje en la protección de este recurso escaso que es el Paisaje, mediante el reconocimiento legal de la profesión, con atribuciones propias, compartidas o no; por otro lado, los arquitectos debemos perder el miedo a colaborar con arquitectos del paisaje en nuestros proyectos y ser conscientes del valor añadido que la Arquitectura del Paisaje es capaz de aportar al proyecto final, que va más allá del greenwashing o el “tapar errores”: espacios exteriores, innovadores, activos, inclusivos, accesibles, sostenibles, resilientes y, también, bellos. 

Andrés Pérez Rodríguez. Arquitecto del paisaje

Instagram: @andres.alfresco

Algo está cambiando cuando podemos ver un proyecto realizado con pocos medios y en poco tiempo a partir de una propuesta de un ayuntamiento al máster habilitante de una escuela, como es el proyecto OASI, pero lograr que no suponga un esfuerzo personal por defender el ecosistema de nuestro hábitat, sino un trabajo en colaboración con todos los profesionales involucrados en proyectos "sobre los que llueve", pasa por reconocer el papel de los arquitectos paisajistas.


Editado por:

. Tectónica

Publicado: Nov 30, 2020

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