La Plaza Penedès forma parte de un interior de manzana del conjunto Cerdanyola 2000, un barrio de unas 600 viviendas proyectadas en los años 80. Este barrio, formado por dos mega-islas, integra cuatro plazas flanqueadas por bloques prefabricados de planta baja +8 plantas. Los interiores de manzana son poco poblados y fragmentados, con un uso mixto de aparcamiento comunitario y verde urbano, tienen poca actividad social y ninguna comercial. Además, la antigua plaza constaba de muchos elementos de obra que generaban rincones escondidos, algunos ni siquiera visibles desde las viviendas, suponiendo además una barrera arquitectónica a la accesibilidad.
La nueva urbanización de la plaza transforma este entorno sombrío entre bloques en un lugar con identidad para el vecindario y se rehabilita como espacio público y de sociabilidad.
Por un lado, la diversidad de orígenes de la población dio a entender el espacio de la plaza como el lugar que reúne todas esas culturas. Por otro lado, su condición de paisaje desde las alturas, puesto que la plaza era el centro de todas las miradas para muchas familias del barrio, exigía al proyecto una especial sensibilidad geométrica con los materiales empleados. La peculiar situación interior de la plaza, además, le atribuía un componente íntimo especial, como si conformara una pieza más de cada vivienda.
Así pues, el espacio exterior, aquello colectivo, se define como una prolongación de los espacios interiores domésticos que en él se vierten, y que impregnan de la diversidad cultural de sus vecinos, sus costumbres, colores y geometrías características.
De este modo surgió el mosaico de alfombras que, dibujando un plano continuo de pendiente inferior al 4%, proponía una forma integradora de tejer culturas en un espacio de encuentro singular, diáfano y sin barreras.
El proyecto subdivide el total de los 1500 m2 de la intervención en 12 ámbitos, en cada uno de los cuales se proyecta, a través del trabajo artesanal y geométrico de la cerámica en el pavimento, una “alfombra” relacionada con una cultura determinada. Cada una de estas “alfombras” se plantea a partir de una combinación de piezas específica y se formalizan con materiales tradicionales, poco tecnológicos y de bajo coste.
Otro punto destacable en la construcción de estos pavimentos es que se vehiculó solidariamente la inversión destinada a la obra hacia la propia mano de obra, ya que se realizó en un momento de importante crisis económica. El trabajo personal aumentó la autoestima de los operarios que ejecutaron la plaza, se identificaron individual y colectivamente con la obra y se convirtieron en los protagonistas de una artesanía de precisión que entrelazaba las exigencias plásticas con la complejidad geométrica de los planos.
El reto más técnico del proyecto pasaba por solucionar los problemas de un desagüe obsoleto que provocaba constantes inundaciones del espacio público y los portales y también solucionar la inexistente accesibilidad de estos antes de la intervención. La nueva geometría de planos inclinados contiene la nueva red de recogida de aguas, y al rebajar las cotas inferiores de la plaza se consigue un acceso adaptado a personas con movilidad reducida en todos los portales.
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