Bilbao no sólo es el Guggenheim, su Ría o su Casco Histórico. Bilbao son también sus barrios periféricos. Un anillo continuo de distritos originarios de clase obrera y media que rodean el centro más turístico y mediático de la ciudad, zonas que conforman un desconocido tejido social y urbano con evidentes necesidades de intervención arquitectónica.
Uno de estos barrios es Matiko, el más próximo al centro de la Villa y al Ayuntamiento. Allí el Consistorio ha dispuesto de un edificio industrial entre medianeras que nunca llegó a funcionar –donado generosamente por la familia Irazábal-, para reactivarlo como centro de emprendedores informáticos. Bautizado como Auzo Factory Irazabal, nace con la vocación de convertirse en un modelo de intervención pública en los distritos de Bilbao, basado en la recuperación o reforma de antiguos inmuebles para usos que generen riqueza. Por supuesto, también destinado a la revitalización social del lugar en el que se inserta.
El encargo del Ayuntamiento consistió en proyectar una fachada que hiciera visible esta operación. Y las premisas fueron claras desde el principio: su coste debía ser mínimo y el edificio debía expresarse como una pieza singular. En tanto que contenedor público de nuevas actividades empresariales, tenía que buscar el diálogo empático entre sus usuarios y los entornos a los que se dirige su producción: una clara operación de marketing. Y en tanto que dotación de barrio debía aproximarse al vecino que vive en Matiko, ofreciéndole un nuevo espacio de uso colectivo y una imagen que redimiera lo que siempre había sido una ruina industrial. En definitiva, la oportunidad de regenerar el barrio con una pieza arquitectónica se confiaba no sólo a su función sino también a su presencia.
PROPUESTA
La idea propuesta para la fachada del Centro Irazábal es sencilla: conseguir una piel uniforme que cubra el esqueleto estructural visible originando un plano terso y de mayor escala. Y para ello se ha elegido un material común en instalaciones eléctricas al que se le ha conferido virtud estética: bandejas portacables de acero galvanizado. Piezas de tres metros de longitud y veinte centímetros de ancho, ancladas directamente a la fachada, dispuestas verticalmente y separadas diez centímetros entre ellas. El resultado, una modesta y elegante cortina de metal.
Detrás de este plano se sustituyen el antepecho y las carpinterías antiguas por otras ajustadas a haces interiores de estructura, aumentando la superficie de iluminación natural y permitiendo la limpieza exterior de todos los vidrios. Singularmente se ha tratado la esquina oeste de la fachada girando la carpintería respecto al plano de la estructura, consiguiendo un espacio al aire libre que además se ha adornado con un único motivo pintado en distintos colores según planta. Aquí se hace coincidir también un hueco en fachada que permite cumplir con las exigencias de accesibilidad en caso de incendio.
La propuesta de planta baja incluye una reordenación de los cuartos de instalaciones en la primera crujía para favorecer la creación de dos entradas diferentes: una para los usuarios del edificio y otra para los ciudadanos y visitantes, ya que se supone que este nivel será más urbano y dedicado a la interrelación entre edificio, emprendedores y vecinos. Un ventanal de grandes dimensiones completa el sistema de huecos que permiten la iluminación y vinculación interior/exterior.
Si durante el día el cerramiento metálico gradúa la luz natural que entra y tamiza las miradas entre edificios vecinos, durante la noche el Centro Irazábal se transforma en fanal urbano y enfatiza aún más su presencia en el contexto. Para ello se ha propuesto un sistema de iluminación artificial con líneas de leds colocadas en la parte inferior de cada carpintería, hacia el exterior, y se ha replanteado la posición de las luminarias fluorescentes de la primera crujía de cada planta en consonancia con la idea de la fachada.
Constructivamente, el uso de las bandejas ha sido posible al darse la oportuna coincidencia de que longitud de pieza y distancia entre forjados es similar, lo que evita cualquier corte que deteriore su protección anticorrosiva. Esta es, de hecho, la razón por la que las más altas sobrepasan la fachada existente.
En definitiva, el resultado final procura una nueva identidad al barrio. Se recupera funcionalmente una infraestructura abandonada y se manifiesta con una operación de original atavío. Gesto bizarro al mismo tiempo que rentable por lo económico del coste. El presupuesto de la fachada metálica, alrededor de diez mil euros, puede considerarse llamativamente bajo teniendo en cuenta la imagen conseguida con la operación. Postulado del más por menos con bandejas portacables.
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Autoría: Suárez Santas Arquitectos - Asier Santas Torres / Luis Suárez Mansilla
Localización: Bilbao, España
Año: 2013
Fotografías: Luis Asín Lapique
Editado por:
Publicado: Apr 21, 2014