La Ulmer Hocker es un objeto insignificante, anónimo. Su geometría sencilla, su construcción inmediata y sus dimensiones concretas la alejan de los experimentos organicistas y la explicitud ergonómica propia de otros diseños contemporáneos. La silla es, sin embargo, mucho más que eso: es un manifiesto.

Max Bill fundó la Escuela de Ulm en 1951, junto con Otl Aicher e Inge Scholl. En los talleres de esta institución nació tres años más tarde la Ulmer Hocker, pero el embrión de esta silla -o del pensamiento que la hizo posible- hay que buscarlo dos décadas antes, en la Europa de Entreguerras.
Bill había nacido en la ciudad suiza de Winterthur en 1908 y se había formado como orfebre en la Kunstgewerbeschule de Zúrich. En ese momento, el dadaísmo y el cubismo subvertían las convenciones artísticas y literarias heredadas de siglos anteriores, y la Bauhaus se redefinía en su nueva sede de Dessau. Allí llegó, con 21 años, Max Bill para recibir la influencia de artistas fundamentales en la vanguardia europea: Vassili Kandinsky, Paul Klee y Oskar Schlemmer. Max Bill comenzó a trabajar a partir de 1930 como diseñador industrial, arquitecto, escultor, diseñador gráfico y pintor. Pero el enfoque que dio a todas estas disciplinas responde a un mismo estímulo, el movimiento denominado
Arte Concreto.





El manifiesto del
Arte Concreto lo firmó el holandés Theo van Doesburg en 1931 y en él se recogían las ideas determinantes de la práctica de Bill a partir de ese momento. Van Doesburg defendía que el camino lógico del arte debía ser el opuesto al seguido por el cubismo e incluso por Mondrian: en lugar de partir de la representación de un mundo objetivo para alcanzar gradualmente configuraciones abstractas, debe partir de estas abstracciones. Los colores, las superficies y las matemáticas se revelan entonces como matrices del arte.
Bill añadió a los postulados de van Doesburg una preocupación por el uso, y un reconocimiento del objeto industrial como creación a la altura de una obra de arte. Así lo reflejó en la muestra para la Trienal de Milán de 1936, donde diseños industriales y artísticos eran expuestos en absoluta igualdad. Bill no sólo admiraba a van Doesburg y a los viejos maestros de Dessau, sino también a ingenieros como Robert Maillard. Max Bill enfatizó este interés al definir las obras de
Arte Concreto como
‘trabajos de laboratorio destinados a la satisfacción de la pura funcionalidad’.

Todas estas ideas convergen en un pequeño taburete. La Escuela de Ulm fue fundada con la pretensión de recuperar los principios de la Bauhaus, clausurada por el partido nazi a mediados de la década de 1930. Construir muebles era, por tanto, una actividad sustancial en su programa de formación. Bill, junto con Hans Gugelot, diseñó entonces una silla que estaba formada por tres piezas rectangulares de madera ensambladas que definían una forma prismática. Una barra de sección circular arriostraba la pieza resultante y servía como reposapiés, y sus dimensiones -un asiento de 45x28,5 cm y una altura de 39,5cm- respondían de manera eficaz a su uso primordial: acoger a una persona sentada.
La sencillez era, para Max Bill, mucho más que una reducción a lo estrictamente funcional:
‘A través de la simplificación no solamente se excluye aquello que no es necesario, se busca al mismo tiempo todo aquello que es voluntariamente omnivalente y abierto’, como ha señalado Hans Frei.






El transcurso de las décadas convirtió a Max Bill en una figura relevante y su diseño más anónimo en un icono. La Ulmer Hocker fue comercializada desde 1973 por la firma milanesa Zanotta bajo la denominación
Sgabillo. Pero su nombre original define mucho mejor todo aquello que sintetiza esta pieza:
Ulmer Hocker, es decir, el ‘Taburete de Ulm’. De la escuela que quiso resucitar la Bauhaus.
BLC
Link:
Entrevista a Max Bill en El País[youtube 9JiCKkowXwg 455 350]