En los últimos días de 2019, la Real Academia Galega anunció la elección de sentidiño como Palabra del Año, un término utilizado con frecuencia en nuestra tierra que significa algo más que actuar de manera razonable y correcta, añadiendo el matiz de sensatez y de prudencia, siendo consciente de las consecuencias de cada acción y transmitiendo confianza y aprecio por lo realizado. La despedida del año también trajo la pérdida de un miembro de esa Academia, un arquitecto que ejemplificó perfectamente la idea de sentidiño a través de su obra y de su vida.
Andrés Fernández-Albalat. Embotelladora de Coca-Cola en A Coruña (1960).
Andrés Fernández-Albalat Lois (A Coruña 1924-2019) se tituló en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1956 y, al poco tiempo, se estableció en su ciudad natal. Podemos situarle en la generación que, superada la etapa autárquica posterior a la Guerra Civil, manifestó en su trabajo una decidida apuesta por la recuperación de los principios modernos, revisándolos de un modo crítico y reflexivo. Mientras en Europa ese grupo estuvo liderado por el Team X, en posiciones periféricas y alejadas de los principales núcleos de debate, como es el caso de Galicia —entonces sin Escuela ni Colegio de Arquitectos propio—, la conexión internacional era inexistente y fue compensada por un aprendizaje en gran medida autodidacta que condujo a trayectorias más individualistas, donde la creatividad se combinaba con prudencia y mesura. En definitiva, a una arquitectura con sentidiño.
A mediados del siglo pasado, la Escuela de Madrid era un fértil vivero de profesionales que veían despertar una progresiva apertura hacia el extranjero y los comienzos de la recuperación de la modernidad que se iba extendiendo, poco a poco, por toda la geografía española. Junto a la Escuela, la convivencia en los colegios mayores marcaba una impronta que perduraba durante toda la vida. Albalat residió en el Colegio Mayor Antonio de Nebrija, dónde conoció a Richard Neutra, en una suerte de encuentro iniciático que avaló el comienzo de su recorrido profesional y de una deuda permanente con los maestros modernos que dejó sobradamente saldada. Al igual que Neutra, Albalat quiso ser, ante todo, un hombre de su tiempo y para ello decidió ampliar su formación en el exterior.
En 1955, gracias a una beca del Ministerio de Educación, inició una ruta que, durante un largo verano le llevó hasta el sur de Francia e Italia, llegando a residir un tiempo en Roma. Con «los ojos y la mente muy abiertos» se enfrentó al pasado clásico, pero también conoció de primera mano el presente de maestros como Le Corbusier, Nervi, Scarpa o Ponti. Maestros cercanos y maestros lejanos confluyeron en la figura poliédrica de Albalat, que entró con fuerza en la historia de la arquitectura gallega y marcó un punto de inflexión que dejó atrás el hermetismo y las dudas de los años precedentes y nos introdujo de lleno en la corriente de la modernidad universal.
Andrés Fernández-Albalat. Filial de SEAT en A Coruña (1964).
Como buen maestro, Albalat transmitía mucho más de lo que decía. Hombre culto, discreto y de una generosidad desbordante, cada vez que hablaba de su arquitectura lo hacía centrándose en unos pocos casos y contando detalles y anécdotas que habían ido surgiendo en el proceso de proyecto y de construcción. Sus palabras eran siempre educadas y precisas —no olvidemos su condición de académico de la lengua gallega—. Sin embargo, prefería que la arquitectura hablase por sí misma. Cuando comencé a investigar su obra, fui descubriendo muchos edificios interesantes de su autoría que apenas mencionaba y que asumía con naturalidad y modestia al preguntarle por ellos: era lo que tenía que hacer, como si eso resultara sencillo, como si fuese lo más evidente. Pero detrás existía todo un proceso profundo de reflexión, de entender el lugar como «algo tan definidor como el programa, en ocasiones más, porque posibilita o limita soluciones». Un saber ser y un saber hacer, que solo los auténticos maestros son capaces de integrar.
Hoy podemos buscar nuevas lecturas, tanto en lo conocido como en lo inédito. Desde cualquier dimensión del hecho arquitectónico encontraremos sugestivas vías de aproximación. Una posibilidad es hacerlo a través de la firmitas, la componente tecnológica, ese saber construir que tanto mencionaba en sus conversaciones: «cuando el arquitecto se convierte en un constructor ilustrado». Albalat defendía que toda ideación se debía producir en el honesto campo de lo realizable, «no como limitación sino como rigor». Una sensata inventiva que manejó con habilidad en cada proyecto y que fue evolucionando a lo largo de su trayectoria, comenzando por la adscripción a los modelos racionalistas de glass box en sus primeras obras, como la embotelladora de Coca-Cola (1960) y la filial de SEAT (1964), ambas en A Coruña. Los cerramientos de aluminio y vidrio desvelan la actividad hacia el exterior y se convierten en la imagen más representativa de la empresa. Las plantas abiertas y dinámicas responden a la organización funcional y favorecen la percepción desde el vehículo en movimiento, al aproximarse a la ciudad.
Andrés Fernández-Albalat. Motel El Hórreo en Corcubión (1963, demolido en 2007).
Este interés por las posibilidades de los acabados industriales se mantuvo en sus obras posteriores, donde la herencia moderna de la caja de vidrio sirvió a la reformulación de la galería tradicional, tan presente en la costa gallega. Edificios que dan respuesta a los nuevos programas del estado del desarrollo y se ubican en el tejido consolidado de A Coruña, como la sede del Banco de Bilbao (1961), el concesionario de Citroën en A Gaiteira (1966) o las viviendas en Puerta Real (1969), entre otros. Al tiempo vamos descubriendo una creciente vinculación con la identidad histórica de la región manteniendo una voluntad decididamente contemporánea, con propuestas como la Ciudad de las Rías (1968), un estudio urbanístico de largo recorrido pensado para el golfo Ártabro, que atiende a todas las escalas del territorio y de la disciplina. El motel El Hórreo en Corcubión (1963), la Sociedad Deportiva Hípica en A Coruña (1966), la nueva fábrica de cerámica en Sargadelos (1967), las viviendas para pescadores en Sada (1968) o el complejo escolar de Benquerencia (1972) representan la madurez del arquitecto en hábiles respuestas a los emplazamientos, casi siempre a media ladera —como es habitual en Galicia— y componiendo el conjunto a través de tapices geométricos o partituras abiertas que sirven para construir un nuevo paisaje. Cada solución es una lección en sí misma: en la combinación de los muros de hormigón visto con ingrávidas estructuras de cerchas o mallas espaciales metálicas, en el perfil dinámico creado por los faldones de cubiertas o en las conexiones interiores entre distintos niveles, donde también se preocupa por la integración de las artes colaborando con artistas como Luis Seoane o José María de Labra.
Andrés Fernández-Albalat. Fábrica de cerámica en Sargadelos, Lugo (1967).
Después llegaron los encargos de grandes equipamientos urbanos, como las facultades de Matemáticas y Biología en Santiago (1978) o la Escuela de Idiomas (1980) y el conservatorio en A Coruña (1985). Sigue trabajando con los mismos ingredientes, a fuego lento, y experimenta con otras tecnologías, como el poliéster reforzado con fibra de vidrio en el Centro de Cálculo para Caixa Galicia en A Coruña (1979, ampliado en 1983) o los paneles prefabricados de hormigón en las viviendas de la plaza Luis Seoane de la misma ciudad (1979). Investigaciones y hallazgos que traslada también a varias viviendas unifamiliares, como su propia casa de veraneo en Bergondo (1979).
Andrés Fernández-Albalat. Sede de la Sociedad Deportiva Hípica en A Coruña (1966).
Su última etapa se sitúa en la Galicia que encara con determinación el siglo XXI, recuperando y poniendo en valor su patrimonio histórico —Casas de Rosalía (1971) y de Emilia Pardo Bazán (1979), Castillo de Monterrey (1996), Parque del Pasatiempo en Betanzos (1989)— mientras se proyecta hacia el futuro comprendiendo lo global y lo local —Estadio de San Lázaro en Santiago (1990), Facultad de Filología de la Universidade da Coruña (1993)—. Ahí estuvo también presente Albalat, construyendo la Galicia del tercer milenio desde sus raíces más profundas. Son solo algunos ejemplos del legado construido que debemos situar junto a su legado personal, igualmente valioso: su magisterio intergeneracional en la Escuela de Arquitectura de A Coruña, su labor colegial o su serena presencia en las instituciones culturales del país. «La vida se acaba, pero el haber vivido perdura» —dijo como signo premonitorio en una de sus últimas intervenciones públicas. Es tanto lo vivido que resulta difícil volver sobre un solo camino. Desde entonces, cada paseo y cada recuerdo, nos ofrece una nueva apreciación para esa gran monografía todavía ausente.
Andrés Fernández-Albalat. Centro de cálculo para Caixa Galicia en A Coruña (1979).
Hace poco, David García-Asenjo —uno de los mejores divulgadores de arquitectura que tenemos en España—, me comentaba la escasa difusión que la obra de Albalat había tenido dentro y fuera de Galicia, aun mostrando un valor específico y universal que podríamos equiparar a los nombres más notables de su generación. Creo que se debe, en parte, a su carácter, tan moderado y discreto, y a su deseo de permanecer ajeno a focos y homenajes, pero también a la escasa estima que damos a lo propio, a lo que tenemos cerca y de lo que podemos aprender día a día; a aquello que sirve para situar centros en periferias, y viceversa. En definitiva, maestros como Albalat nos definen como pueblo y nos sitúan en el mundo, y nos deberían hacer sentir, cuando menos, orgullosos. Nos invitan a seguir aprendiendo en cada oportunidad, como aquel día que, en su estudio, rodeado de dibujos y experiencias, me aconsejó:
«Los que profesamos este antiguo y hermoso oficio de arquitectos tenemos la suerte de disfrutar y aprovechar cuanto de bueno oigamos o veamos; que, incluso, podamos incluir y aplicar, de modo consciente o subconsciente, a nuestras mejores o peores arquitecturas».
A Coruña, 18 de enero de 2020
En memoria
Antonio S. Río Vazquez
El arquitecto Antonio S. Río Vazquez es autor de la tesis: "La recuperación de la modernidad en la arquitectura gallega". Director: José Ramón Alonso Pereira. Departamento de Proyectos Arquitectónicos, Urbanismo y Composición. Universidade da Coruña, 2013.
Todas las imágenes proceden del archivo de Andrés Fernández-Albalat Lois (A Coruña).
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Publicado: Jan 29, 2020