Texto: Luis Martínez Santa-María
No decimos nada nuevo si recordamos que la horizontalidad del pabellón alemán en Barcelona buscó contrastarse contra la verticalidad de las ocho columnas jónicas que existieron una vez delante de él y que es muy probable que Mies viese en aquellas columnas tan marcadamente distintas un contrapunto valioso a la obra que iba a realizar, el pabellón que representaría a Alemania en la Exposición Internacional de Barcelona, en 1929. Aunque el pabellón fue demolido al finalizar la Exposición, gracias a a una iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona fue reconstruido en 1986 bajo la dirección de los arquitectos Cristian Cirici y Fernando Ramos. En 2016 la Fundació Mies van der Rohe organizó un Concurso Internacional para la realización de ocho columnas conmemorativas de los 30 años de la reconstrucción del pabellón alemán, en el que resultamos ganadores.
Pabellón de Alemania en la expo'29
Las limitaciones presupuestarias (15.000 €) que imponía el concurso nos habían animado a buscar ocho columnas baratas de construir en las que no dejase de estar presente la gracia que tuvieron las antiguas columnas jónicas levantadas por el arquitecto Puig i Cadafalch. Bidones de chapa de acero provenientes de los cementerios de residuos químicos, bidones relacionados con el aspecto industrial y portuario de la ciudad de Barcelona, marcados por señales reconocibles, se colocarían uno encima del otro gracias a simples cordones de soldadura. Serían ahora, para nosotros, los nuevos tambores de las columnas. Serían también objetos con cierto valor, porque el tiempo se habría encargado de despintarlos y desfigurarlos, de desactivar su funcionalidad, consiguiendo en sus superficies y en sus abolladuras efectos inimitables. Las columnas clásicas nacieron sin duda para celebrar la luz y el horizonte. En un conocido dibujo de Le Corbusier los fustes de las columnas del Partenón, reflejan las montañas, el cielo y el mar; son superficies reflectantes que hablan sobre el espíritu del lugar donde se erigen y que multiplican ese reflejo con cada una de sus canaladuras. La fila multicolor de columnas que queríamos realizar con bidones industriales de desecho también realizaría un gesto irónico hacia las amenazas del paisaje industrial y hacia la belleza ambigua y errada desvelada paradójicamente por este mismo paisaje. En la Memoria del concurso escribimos: que tal vez a ese Mies que dijo una vez: Yo no quiero transformar el mundo, solo quiero expresarlo, es todo lo que quiero, le habrían gustado estos ocho alegres y ligeros fustes hechos con material de chatarra, producidos con las imágenes artificiales de nuestro tiempo. Por otro lado es indudable que la memoria de arquitectos catalanes como Gaudi o Jujol también estaría presente en unas columnas que aludirían a las posibilidades plásticas que ofrecen elementos vulgares cuando son reutilizados con desenfado y afecto.
© Roland Halbe
© Roland Halbe
© Roland Halbe
Altura y distancia
Las columnas tenían que cortar la horizontal del pabellón con sus líneas verticales. Era ese uno de los valores que Mies había querido poner de relieve. Las nuevas ocho columnas también tenían que ajustarse a la altura de los árboles del fondo y a la de los mástiles de las banderas del primer plano. Con la ayuda de dibujos y de una maqueta a escala 1:75, pero sobre todo, con varias visitas al lugar, pudimos determinar las dos magnitudes claves. La altura de las columnas sería de 11,60 m y la distancia desde las bases de las columnas al borde del pabellón sería de 14 m. En cuanto al intercolumnio, la obligada esbeltez de las columnas, debida al diámetro de los bidones, animaba a unirlas de tal modo que el ritmo de su repetición pudiese leerse suficientemente concatenado. Por otro lado, las columnas respetarían el módulo constructivo del pabellón, que dibujan de forma insistente las juntas de las losas de travertino del suelo, y que es de 1,05 m aproximadamente. Separadas las columnas cada 3,15 m, guardarían con su equidistancia una relación secreta con las medidas que determinan la posición de los muros, los pilares, las juntas y las carpinterías de la luminosa obra de Mies.
La selección de bidones
Una de nuestras principales preocupaciones, encontrar un centenar de bidones manchados y deteriorados, se vio enseguida completamente frustrada porque las empresas visitadas no estaban dispuestas a vender bidones usados y deteriorados. Hacerlo incumpliría los protocolos obligatorios en materia de salud, seguridad e higiene. Así que tuvimos que aceptar que nunca podríamos disponer de aquellos bidones realmente bellos, llenos de churretes y manchas de óxido y que pudimos fotografiar en nuestra búsqueda por el cinturón industrial de Barcelona. Sólo podíamos comprar, a muy bajo precio, bidones usados y lavados industrialmente y, después, de forma manual, mediante pistola con agua a presión o mediante la utilización de decapantes químicos, intentar producir sobre sus superficies imperfecciones parecidas a las que tanto nos habría gustado dejar en las manos impredecibles del azar y el tiempo. Con los bidones comprados, eligiendo para ello la mayor variedad posible de colores y terminaciones de chapa, dedicamos varios días a la puesta en práctica de este método artificial de estragado y envejecimiento artificial. El resultado fue desigual, pues mientras que en algunos bidones la pintura saltaba con facilidad gracias al agua a presión y se producía un atractivo descascarillado en la superficie, en otros bidones de mayor calidad, el color de la superficie apenas sufría alteraciones. Con toda la superficie del patio de la nave de cerrajería a nuestra disposición, realizamos este trabajo con bidones tumbados y con bidones puestos de pie, porque ya adelantábamos que las huellas de nuestras acciones, los trazos de las manos, la caída del decapante sobre los cilindros siguiendo el curso de la gravedad y las líneas azarosas de los churretes, adquirirían toda su potencial plástico una vez que todos los bidones quedasen colocados en vertical para formar la columna. El trabajo con el decapante se realizó de manera cautelosa, extendiendo éste con brocha al principio, pero llegó un momento en que, perdiéndole el respeto, empezamos a volcar las latas de 5kg de forma directa sobre los bidones, sabiendo que estas acciones que realizábamos, en medio de una extraña euforia, fortalecerían la cualidad expresiva de los bidones.
El montaje de los bidones
En la realización de las columnas fue de vital importancia el cerrajero Antonio de la Rosa. Su interés y complicidad con nuestro proyecto se unía a su larga experiencia. Las amplias instalaciones con las que contaba en su nave de cerrajería situada en el pequeño pueblo de Castellar del Vallés, situado en las proximidades de Sabadell, también eran importantes. Fue allí donde pudimos extender con comodidad el centenar largo de bidones y realizar los trabajos de mejoramiento de sus superficies estropeándolas lo máximo posible. Especialmente nos preocupaban entonces dos cuestiones, cómo unir los bidones entre sí y cómo conseguir, ya con ellos unidos, unas columnas perfectamente verticales de casi 12 m de altura. En cuanto a la primera cuestión hay que decir que la chapa de los bidones, con espesores que oscilan entre 2 y 3 mm, no permitía la soldadura convencional. Afortunadamente, esta misma chapa, en la base y en la tapa del bidón, se enroscaba sobre sí misma para dar algo de rigidez a los bordes superior e inferior del cilindro. Gracias a este golpe de suerte el grosor que se obtenía en los bordes permitía realizar cordones de soldadura convencionales sin debilitar con ello la capacidad resistente de la chapa metálica. Una vez soldados de esta manera, realizamos varias pruebas. Se derribaron columnas verticales para comprobar cómo a pesar de la violencia que sufría con su caída, la columna se mantenía imperturbable. Lo hacía incluso con unos bidones unidos entre sí por pequeños puntos de soldadura. La prueba no tenía ninguna validez científica, pero desde luego resultaba abrumadoramente convincente.
La segunda cuestión fue más difícil de resolver. La mayoría de los bidones tenían diámetros sensiblemente diferentes, de manera que resultaba casi imposible soldarlos uno a continuación del otro y pretender obtener con su suma una figura perfectamente aplomada. Después de diferentes intentos fallidos, gracias también a la colaboración del oficial de cerrajería, Manolo, llegamos a la conclusión de que deberíamos ensartar todos los bidones mediante un eje central e interior. Este eje obligaría a que todos los centros de todas las circunferencias de las bases de los cilindros quedasen en la misma recta. Para ello se realizaron taladros circulares perfectamente centrados, que permitían alinear las bases y las tapas de cada cilindro con las de los cilindros consecutivos. Un fuste metálico dispuesto horizontalmente hizo de mesa de trabajo en el taller de cerrajería y sobre él se fueron presentando los bidones, uno detrás del otro. Una vez su posición quedaba definida, podía realizarse su soldadura. Finalmente el fuste provisional, utilizado sólo para el montaje, se retiraba. Adelantando ya los problemas del transporte en camiones y del montaje posterior en la obra, que tenían que ser rápidos y seguros, cada columna de 14 m fue dividida en dos columnas de altura semejante, para ser soldadas con comodidad cuando estuviesen presentadas en su sitio.
El orden de los bidones
Pero ¿con qué orden colocar los bidones teniendo en cuenta sus coloraciones y tamaños ligeramente distintos? Nuestras órdenes eran que los bidones deberían ser cogidos del patio, donde los habíamos dejado para que la humedad del ambiente los siguiera oxidando, y trasladados desde allí a su posición sobre el eje de montaje provisional sin que nadie del taller guardase ningún cuidado en su selección. Deberíamos haber sospechado que es casi imposible que se cumplan este tipo de órdenes ya que cualquier ser humano, a la hora de elegir, adopta un criterio que mezcla impulsos estéticos y racionales. Es muy difícil mantenerse objetivo. Esa persona fue en este caso el oficial de cerrajería. En una de las visitas, con la mayoría de los bidones soldados ya entre sí, cuando le solicitamos que sustituyese un bidón defectuoso por cualquier otro de los que quedaban sin utilizar en el patio, Manolo nos preguntó. ¿Cuál cojo el rojo o el verde? ¡Pero… Manolo…! ¿No habíamos quedado en que no había que elegir los bidones, en que no había que pensar nada…? ¡No nos diga que usted ha estado eligiendo los bidones uno por uno! Era lo que había hecho. Aunque hay que reconocer que con un resultado encomiable porque la posición de cada bidón dentro de la columna estaba elegida perfectamente. En efecto, cuando finalmente vimos las columnas montadas, las relaciones entre los bidones blancos y los azules, los bidones oxidados y los verdes eran tan afortunadas que era imposible que el azar hubiese conseguido algo semejante. Dicen algunos pensadores que el azar no existe. Nosotros tenemos que decir que en nuestro caso el azar sí que existió y que consistió en la providencial presencia de Manolo.
La cimentación
A todo esto –pues hay que incluir aquí que todo este trabajo se realizó en poco más de un mes de tiempo– ya habían empezado en el Montjuic la realización de las zapatas de las columnas frente al pabellón alemán. Debido a la consistencia de los terrenos las zapatas tenían que tener 3 m de profundidad. De contorno circular, fueron realizadas con mucha facilidad por una maquina con broca espiral. La zapata emergía 2 cm sobre el suelo de la explanada para producir un plano perfectamente horizontal, independiente al plano ligeramente inclinado que presentaba el terreno. Este pequeño emerger de la zapata era importante para lo que nosotros pretendíamos y que consistía en que pareciese que la columna no apoyaba sobre el suelo sino, tal y como ocurre en las columnas clásicas, surgía desde el subsuelo, como empujada por fuerzas subterráneas, yendo de abajo hacia arriba. El tema del peso de la columna quedaría así manipulado y desbaratado no ya solo por los ligeros materiales empleados en su construcción, en sus elementos constituyentes y en su ensamblaje, sino también por la forma en que quedaba resuelto el encuentro del fuste con el firme.
El apoyo de la columna
Resolver acertadamente el apoyo de la columna sobre el suelo era una de las cuestiones más importantes. En ese sentido resultó decisivo encontrar una pieza metálica industrial de contorno circular, una brida, pensada seguramente por sus fabricantes para usos muy alejados del que nosotros queríamos proporcionarle. Hicimos algunas maquetas a gran escala para poder comprobar el efecto que produciría. Debido a la sección de la brida parecería que la columna de bidones no apoyaría sobre una figura sólida sino sobre una banda de sombra. A la ligereza de la columna se uniría entonces la ligereza expresada en su contacto con el firme. En las fases de la construcción previstas, lo primero sería fijar la brida al arranque de la cimentación soldándola a una placa de anclaje. El cordón de esta soldadura quedaría oculto debido al retroceso que presenta la brida en su cara inferior. A continuación, gracias a una grúa, se colocaría la primera mitad de la columna encima de la brida. Las perforaciones existentes en la parte superior de la brida permitirían poner en contacto, mediante unas varillas roscadas, la base de la columna con el ala superior de la brida. Con este sistema de tuercas y tornillos, pequeños ajustes podrían realizarse en el caso de que fuera necesario asegurar el perfecto plomo de la columna. Por último, se uniría a la primera mitad de la columna ya fijada, trabajando desde una cestilla elevada y de nuevo con la ayuda de una grúa, la otra mitad de la columna, haciéndolo mediante simples cordones de soldadura.
Medidas para la estabilidad en la base
Para mejorar la estabilidad de cada columna se pensaron varias soluciones. Una especialmente ingeniosa, que lamentamos no haber realizado, proponía llenar los tres bidones inferiores de agua de forma manual, mediante una manguera, una vez estuvieran éstos colocados en su sitio. En el desmontaje de la columna, un simple taladro que se realizaría a la chapa del bidón por su parte inferior permitiría también vaciar los bidones cómodamente. De haberlo hecho así, nos habría gustado realizar una fotografía el día en que las ocho columnas perforadas se pusiesen a arrojar un chorro de agua marcando así el final de su efímera aventura frente al pabellón alemán. Sin embargo rechazamos esa solución, a pesar de la lógica que parecía tener tratándose de barriles acostumbrados a contener líquidos, para evitar corrosiones indetectables en el interior de los recipientes. La solución final consistió en elevar desde la placa de anclaje, y recorriendo el interior de la columna, un fuste cilíndrico de unos 3 m de altura que enhebraba a los tres primeros bidones entre sí y que permitía soldar las tapas y las bases de los mismos a la estructura metálica de su fuste. El resto de la columna, tal y como habíamos querido desde el principio, quedaba completamente hueca por dentro. La solución estructural de la columna, y no hay que olvidar que Mies estaba a 14 m de distancia, tenía que ser esencial en su resolución y, antes que un elemento estructural redundante, la columna tenía que ser y manifestarse como un objeto construido sin esfuerzo. Una armazón interna, aunque oculta, nos habría parecido un error. Los bidones, sin dejar de ser simples objetos, se prestaban bien a resolver por sí solos las exigencias estructurales. Su superficie cilíndrica se comportaba positivamente ante las cargas de viento al evitar un amplio frente de rozamiento y su sección hueca, con la masa resistente colocada en el perímetro, garantizaba la inercia frente a esfuerzos horizontales. Como se ha dicho antes, los rebordes superiores e inferiores de cada cilindro resultaban sorprendentemente adecuados para realizar sobre ellos los cordones de soldaduras.
El tiempo
En un solo día fueron montadas las ocho columnas. Ocho columnas que hacen resonar a las ocho columnas jónicas que allí estuvieron hace casi cien años, a los ocho soportes –perfiles laminados forrados de chapa de acero cromado– empleados por Mies en la estructura de sujeción del pabellón alemán y a los ocho dados de travertino que sujetan el banco alargado situado frente al estanque. Una vez montadas sobre sus bridas pudimos comprobar que las cabezas de las columnas se balanceaban ligeramente con el viento del Montjuic. Demostraban así abiertamente que no eran elementos rígidos y que nada escondían bajo sus sencillos cilindros de chapa. Nos parecía que señalaban así su naturaleza ligera y que su levedad, su policromía y sus desenfadados arañazos, sus manchas y regueros de pintura y de óxido, trasmitían la alegría y la admiración que sentían por estar situadas ante una obra tan luminosa. Y es que es verdad que la alegría está relacionada con la admiración. Es verdad que estar al lado de personas que nos resultan admirables siempre no alegra.
Nuestro trabajo ha tenido escasas pero importante recompensas. Nos han contado que poco antes de que las columnas fuesen desmontadas, una señora entró en las oficinas de la Fundació y dijo lo siguiente: me he enterado de que van a quitar pronto las columnas. Por favor, dígame con quién hay que hablar para que no las quiten…
Obra: Columnas conmemorativas de los 30 años de la reconstrucción del pabellón alemán en Barcelona
Arquitectos: Luis Martínez Santa-María y Roger Sauquet Llonch
Cálculo de estructuras: Enrique Martínez Sierra
Colaboradores: Azucena Sánchez Cediel, Carmen Cabañas Barrajón y Francisco Tapia Galisteo
Fotografías: Luis Martínez Santa-María y Roger Sauquet Llonch
Promotor: Fundació Mies van der Rohe
La obra ha merecido el Premio Fad de Intervenciones Efímeras 2017.
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Publicado: Aug 31, 2017