Botijo

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No siempre ha sido fácil disponer de agua fría en los días largos de verano. Antes de los refrigeradores y las neveras portátiles, un país eminentemente seco y agrario se preguntó cómo refrescar el agua necesaria para su vida. Así nació el botijo, apoyado en una ancestral tradición cerámica y en la voluntad de un pueblo decidido a saciar su sed.


Botijo. Por domibrez Botijo. Por domibrez


Los cálculos que cuantifican el rendimiento energético de un botijo llegaron tarde. Antes, la evolución formal y material optimizó el funcionamiento de un objeto mucho más preciso de lo que sugiere su apariencia ingenua. La forma característica del botijo hace tiempo que es parte de la iconografía española, aunque existen recipientes similares en otros países de la cuenca mediterránea cuyo origen se ha situado en Mesopotamia. En la Península Ibérica, esta tradición alfarera sufrió la influencia de culturas que llegaron a través del mar, griegos y fenicios, antes de que los romanos la recogiesen y los árabes la sublimasen.


Ecuación del botijo, de J.Pinto y J.I. Zubizarreta. Por antcastillog.blogspot.com Ecuación del botijo, de J.Pinto y J.I. Zubizarreta. Por antcastillog.blogspot.com


La sed, de W.A. Bouguereau. Por wikipedia.org La sed, de W.A. Bouguereau. Por wikipedia.org


Grafiti en Madrid. Por frado 76 Grafiti en Madrid. Por frado 76


La forma del botijo responde a un principio universal: la búsqueda del mayor volumen almacenado con la menor superficie envolvente. De esta intención resulta una esfera cuya base ha sido aplanada para poder mantenerlo en pie. A partir del diseño básico, la extraordinaria difusión de este contenedor por la España seca derivó en un generoso número de variantes que, sin embargo, conservan esos rasgos fundamentales. La necesidad añadió dos orificios que permiten el vertido y el consumo del agua contenida en su interior, conocidos como boca y pitorro respectivamente, además de un asa para facilitar su transporte.

Las posteriores evoluciones formales responden a una paradoja: la forma esférica es adecuada como contenedor, pero muy desfavorable para su apilado. Esto llegó a suponer un problema para los pequeños alfareros, capaces de producir piezas cerámicas que, sin embargo, difícilmente podían almacenar. Así surgieron botijos más esbeltos y de menor tamaño, próximos en su morfología a cántaros y tinajas.


Botijo del Ampurdán. Por oricalve Botijo del Ampurdán. Por oricalve


Tinajas apiladas. Por meteored.com Tinajas apiladas. Por meteored.com


Piezas de alfarería almacenadas. Por meteored.com Piezas de alfarería almacenadas. Por meteored.com


Pero no es la forma, sino el material, lo que permite que el botijo funcione como refrigerador de líquidos. El proceso es extremadamente sencillo: el agua interior se filtra a través de los poros de la arcilla y, en contacto con el ambiente exterior, se evapora. Para el cambio de estado líquido a gaseoso, el agua exudada extrae energía térmica de aquella contenida en el interior del botijo, y de este modo la enfría.

Para que esto suceda, es necesario un intercambio de agua entre interior y exterior: dicho de otro modo, las paredes del recipiente han de ser porosas. La arcilla es el material adecuado, ya que el control de su cocción permite determinar su grado de porosidad, lo que optimiza el comportamiento termodinámico del recipiente.

En ambientes secos este fenómeno tiene lugar de manera más acusada, ya que en ellos el aire -lejos de su punto de saturación- disipa el vapor de agua y completa el enfriamiento. Por el contrario, la alta humedad relativa del aire dificulta el proceso, de ahí que en la España húmeda el botijo no esté tan presente como en la seca. En estas zonas abunda la cerámica vidriada, estanca e inapropiada para la refrigeración del líquido contenido. Optimizando las características del recipiente y las condiciones climáticas, la temperatura del agua interior llega a descender hasta 10 grados centígrados.


Botijo de cerámica porosa. Por gemaSR Botijo de cerámica porosa. Por gemaSR


Botijo de cerámica porosa. Por Jordi's Botijo de cerámica porosa. Por Jordi's


La evolución de la sociedad y la economía implicaron un cambio de hábitos que transformó el botijo en un objeto prescindible salvo en casos extraordinarios. El ritual de llenarlo de anís antes de comenzar a utilizarlo para evitar el recuerdo cerámico en el sabor del agua se perdió por el camino. Hoy, las casas españolas cuentan casi sin excepción con refrigeradores que acumulan recipientes plásticos. Diseños globales pensados para un cómodo almacenamiento, ajenos a la lógica sostenibilidad de los contenedores cerámicos.


Botijo 'La Siesta', de A.Martínez, H.Serrano y R.Martínez. Por compradiccion.com Botijo 'La Siesta', de A.Martínez, H.Serrano y R.Martínez. Por compradiccion.com

El botijo es hoy un superviviente, vestigio de una España rural no muy lejana. Poca gente consume ya agua de botijos, y la tradición alfarera parece extinguirse de manera irremisible. Mientras, los arqueólogos practican incisiones en la superficie de la tierra en busca de restos cerámicos que desvelen modos se vida pasados y lejanos vínculos culturales. Quizá los arqueólogos del futuro sólo puedan desenterrar botellas de plástico.


BLC




Editado por:

B LopezCotelo. Tectónica

Publicado: May 26, 2011

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